lunes, 4 de enero de 2010

Panfleto humilde para niños con buenas intenciones

Soy científico, claro.

También soy licenciado en Biotecnología, becario doctoral, investigador en Biología Computacional, instructor de Fisicoquímica. Son rótulos que tienen sustento en títulos, contratos o publicaciones a su disposición, así que no me sonroja exponerlos todos juntos. En especial, porque son poco más que eso. Ninguno me llena de verdadero orgullo ni creo que digan demasiado de mí, mis metas y sueños les pasan de refilón. Siempre fui afortunado con mis responsabilidades, por causas apreciables y con el apoyo consciente o azaroso, del azar. Se dice que el promedio con el que uno se haya recibido es buen indicador del esfuerzo y la dedicación puestas al servicio del estudio, aunque resulta inconsistente como predictor del desempeño laboral futuro. Todavía me resta sobreponerme a ese nefasto augurio.

Mi trabajo es ser científico.

Aunque siempre tuve facilidad para comprender cuestiones biológicas, nunca me habían definido demasiado: temía a los animales, me divertían más los dibujitos que los documentales, fui a un colegio comercial y si no hubiese tenido el prejuicio de su locura, me habría formado como pintor. Decidí dedicarme a la ciencia porque me parecía una manera noble de ganarme la vida. La entendía también como una profesión adecuada para mí, que requería mi creatividad y empeño satisfaciendo mi vocación de servicio.

No soy un científico, entonces.

Cada tanto, muchos de nosotros nos enfrentamos a un formulario donde debemos especificar a qué nos dedicamos. Jamás declaré ser científico (mi elección preferida es estudiante). No creo tenerle tanto amor como para que me importe lo suficiente: no vivo para la ciencia, sino que la ciencia es parte de mi vida. Me gusta tanto como dibujar o jugar a la pelota: son todos hobbies. ¿Tengo el privilegio de trabajar de lo que me gusta? Sí, me pagás por investigar. ¿Si se terminara mi beca y con ella mi sueldo, sentiría que es una pérdida verme obligado a construir páginas web? No, mientras me diera de comer. Pero buscaría cómo volver a los caminos de la ciencia, no por necesidad espiritual, sino por convencimiento de que es el camino más provechoso. En otra época, hubiera misionado.

¡Soy un hombre al que le gusta entender!

Tengo muchos libros de divulgación científica y algunos de texto como sostén de mis curiosidades. Mi colección de papers supera holgadamente el gigabyte. Estoy suscripto a tres o cuatro revistas mensuales, sigo una infinidad de blogs interesantísimos. Me causa placer pasar por sus páginas, aunque mi memoria algo débil me limite la discusión posterior y convierta la lectura en un placer efímero. Son esos instantes de iluminación los que valen la pena para mí; ¡todo esto se reduce a descubrir secretos y resolver desafíos!

Tengo una mirada poco crítica (o de crítica poco destructiva) sobre la actividad científica. Sería preferible desempeñarla con pasión y plena dedicación. Pero si no se puede, habría que meterse con ella de cualquier forma. Se necesitan más científicos, más recursos destinados a sus proyectos, más convencimiento popular de estas necesidades. A mí no me importa la ciencia, no me importan sus convenciones o su status quo, ni pertenecer a ella por egocentrismo o para ver crecer mi barba blanca. Me importa como medio para nuestro bienestar, en todo sentido. Desármenla y vuélvanla a armar a su gusto, pero procuren que esté cada vez menos ahí y mucho más acá.

Y ustedes, ¿qué son?


PD: Hay un lindo y breve editorial en EMBO reports de Frank Gannon sobre ser científico de profesión: http://www.nature.com/embor/journal/v3/n1/full/embor244.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario