jueves, 7 de enero de 2010

El ¡BOOM! de la ciencia argentina

Me llega hoy, con algo de retraso, un artículo publicado en la edición online de BBC Mundo acerca del boom de la ciencia argentina en el 2009. Se trata en sí de un texto apenas informativo, que no pretende desde el vamos ser muy sesudo: apenas reproduce algunas cifras creíbles, cita a personas con autoridad para opinar con fundamento y destaca logros de la comunidad científica argentina en el último año. Cumple al poner en evidencia ante un público masivo, a través de un medio de alcance mundial, el genuino interés por el fomento de la actividad científica que reina desde no hace mucho por estos lados. Aun así, creo que yerra por omisión, al pintar con colores demasiado brillantes un panorama todavía algo nublado (y con probabilidad de chaparrones).

Sin dudar malintencionadamente de la buena fe del autor, el artículo en BBC Mundo suena a advertorial de CONICET, y la ciencia en la Argentina no pasa sólo por ahí. Un becario doctoral también puede buscar financiamiento en la ANPCyT (la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que solventara mis primeros dos años de estudios) o postularse a becas parciales o totales de Universidades públicas. Si existiera un boom, también debería reconocerse a organismos como éstos entre los facilitadores del vuelco masivo hacia la investigación pública. Su labor es primordial al estar orientada al futuro investigador de carrera: debe presentarlo a un sistema hostil, que ofrece poco más que satisfacciones espirituales como recompensa, y cobijarlo de grata manera, para que el investigador de vocación y patriota por convicción no se vea obligado a escapar a arcas privadas o extranjeras más que por propia elección. Así que, al leer el artículo, les recomiendo que lo sitúen en su contexto y situación apropiados.

En el número 113 de Ciencia Hoy (octubre-noviembre de 2009) el Investigador Superior Ricardo N. Farias difunde lo realizado en los últimos años en el seno del CONICET e incluye algunas proyecciones también interesantes. En 2006 se dio un quiebre en la distribución del plantel beneficiado por CONICET, superando el número de becarios (recientes egresados de carreras universitarias o terciarias) al número de miembros en carrera de investigador. Esto surge del incremento en los fondos destinados a recursos humanos, que permitieron desde 2003 casi cuadruplicar el número de beneficiados con becas iniciales. Aplaudo fervientemente y con convencimiento a la derivación de fondos para formación en ciencias básicas. Temo, sin embargo, que se trate de un fenómeno temporal e insostenible como política de estado. Farias explica que se espera de aquí a diez o quince años que el número de vacantes producidas anualmente en el sistema de becas de CONICET permita sostener el ritmo de ingreso de nuevos becarios sin necesidad de más aumentos de presupuesto, manteniendo 9000 becarios y otros tantos investigadores beneficiados. A falta de una explicación detallada en el propio artículo, me arriesgo a sostener que es difícil lograr ese objetivo. Implicaría necesariamente filtrar (y, como suele suceder cuando es requisito, con resultados injustos) la entrada de nuevos becarios doctorales e investigadores asistentes a CONICET. Pero también debería acompañarse de un gran esfuerzo colectivo para revisar el artefacto que sostiene a becarios improductivos, generar puestos alternativos y atractivos de trabajo para propiciar la salida del investigador que duerme sobre el trabajo seguro y afable de su carrera científica y sobre todo, confiar en la estabilidad económica de un país que devalúa, pesifica y entra en default como deporte nacional. Con una pirámide de jerarquías de investigador más ancha, pero más sentada en sus bases, la transición hacia distribuciones más homogéneas todavía queda por resolverse.

Según escribe Farias en Ciencia Hoy, “el ingreso en la carrera de investigador científico no es, ni ha sido, el único fin del programa de becas de la institución”. Se desprende del mismo artículo que la intención ha sido contribuir a la formación de profesionales para su incorporación en áreas productoras de aplicaciones o pensamientos relevantes. ¿Existe demanda laboral insatisfecha para todos estos jóvenes investigadores? ¿Ocurre acá lo mismo que en Estados Unidos, donde son muchos los que buscan su título doctoral como puerta de entrada a la Industria? ¿Somos un país generador de materia prima o de bienes de consumo, de cerebros formados o del resultado de su formación? Las instituciones públicas tienen como deber asegurar una población educada, pero también con trabajo digno y estable.

En rigor, la ciencia argentina ha sido prolífica. Tiene científicos reconocidos y aplaudidos, enlista Premios Nobel y hasta algún IgNobel, sus ideas son buscadas por corporaciones multinacionales y en general, según dicen, genera profesionales que gozan de buena reputación cuando se van. Pero aunque se enlacen en un orgullo nacional de los que se comentan en el noticiero, esos hechos son también sus problemas. La ciencia argentina (como su fútbol o su cine, si me permiten) siguen estando en el culo del mundo y pensando en consecuencia. Los reconocimientos masivos vienen de afuera, y los investigadores que los reciben se habrán acostumbrado a ello porque habrán importado muchos de los insumos de sus laboratorios, leído la mayoría de sus artículos en inglés y pagado en dólares la inscripción a congresos importantes. Es necesario extender en el extranjero la formación de los investigadores recibidos, pero no menos necesario que asegurar su retorno en condiciones decorosas. 600 personas recuperadas hasta ahora por el plan Raíces son una caricia para nuestra ciencia, pero el ofrecimiento será insuficiente cuando aumente el número de Doctores formados y con ello, la tasa de emigración.

Yo creo en las personas, y en las instituciones, y soy optimista con razones. Estamos mejor que hace unos años, y se puede seguir mejorando. ¡Hagamos nuestra parte!

No hay comentarios:

Publicar un comentario